2
Y envió el rey Nabucodonosor a juntar los grandes, los asistentes y capitanes: oidores, receptores, los del consejo, presidentes, y a todos los gobernadores de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua, que el rey Nabucodonosor había levantado.
3
Y fueron congregados los grandes, los asistentes, y capitanes, los oidores, receptores, los del consejo, los presidentes, y todos los gobernadores de las provincias, a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado; y estaban en pie delante de la estatua que había levantado el rey Nabucodonosor.
5
En oyendo el son de la bocina, del pífano, del atambor, de la arpa, del salterio, de la sinfonía, y de todo instrumento músico, os postraréis, y adoraréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado.
7
Por lo cual en oyendo todos los pueblos el son de la bocina, del pífano, del atambor, de la arpa, del salterio, de la sinfonía, y de todo instrumento músico, todos los pueblos, naciones, y lenguajes se postraron, y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado.
10
Tú, o! rey, pusiste ley, que todo hombre en oyendo el son de la bocina, del pífano, del atambor, de la arpa, del salterio, de la sinfonía, y de todo instrumento músico, se postrase y adorase la estatua de oro:
12
Hay unos varones Judíos, los cuales tú pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia, Sidrac, Misac, y Abdenago: estos varones, o! rey, no han hecho cuenta de ti: no adoran tus dioses, no adoran la estatua de oro, que tú levantaste.
15
Ahora pues, ¿estáis prestos para que en oyendo el son de la bocina, del pífano, del atambor, de la arpa, del salterio, de la sinfonía, y de todo instrumento músico, os postréis, y adoréis la estatua que yo hice? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio del horno de fuego ardiendo: ¿Y qué dios será aquel que os libre de mis manos?
26
Entonces allegóse Nabucodonosor a la puerta del horno de fuego ardiendo, y habló, y dijo: Sidrac, Misac, y Abdenago, siervos del Alto Dios, salíd, y veníd. Entonces Sidrac, Misac, y Abdenago salieron de en medio del fuego.
27
Y juntáronse los grandes, los gobernadores, y los capitanes, y los del consejo del rey para mirar estos varones, como el fuego no se enseñoreó de sus cuerpos: ni cabello de sus cabezas fue quemado, ni sus ropas se mudaron, ni olor de fuego pasó por ellos.
28
Nabucodonosor habló, y dijo: Bendito el Dios de ellos, de Sidrac, Misac, y Abdenago, que envió su ángel, y libró sus siervos que esperaron en él, y el mandamiento del rey mudaron, y entregaron sus cuerpos antes que sirviesen ni adorasen otro dios que su Dios.
29
Por mí pues se pone decreto, que todo pueblo, nación, o lenguaje que dijere blasfemia contra el Dios de Sidrac, Misac, y Abdenago, sea descuartizado, y su casa sea puesta por muladar; por cuanto no hay Dios que pueda librar como este.